Kiko Hernández y Fran Antón enfrentan graves problemas con su negocio en Melilla, incluyendo trabas burocráticas y el precintado de su local “El cielo”.
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La historia de Kiko Hernández y Fran Antón ha tomado un giro oscuro y aterrador, convirtiéndose en un relato de lucha, sacrificio y amenazas.
Todo comenzó con un sueño: abrir un local llamado “El cielo” en Melilla, un espacio que prometía ser el corazón del ocio y la cultura.
La pareja, que había invertido casi medio millón de euros, se encontró atrapada en una pesadilla burocrática que rápidamente escaló a un conflicto de proporciones alarmantes.
Desde el inicio, la presencia mediática de Kiko, conocido por su trabajo en televisión, generó tanto admiración como incomodidad en ciertos círculos locales. “No esperábamos que nuestra idea se convirtiera en un blanco”, confesó Fran.
A medida que avanzaban los trámites, comenzaron a sentir una presión inusual, con trabas burocráticas que parecían diseñadas para detener su proyecto. “Cada respuesta era un nuevo obstáculo”, lamentó Kiko, visiblemente frustrado.
Las tensiones aumentaron tras la difusión de un vídeo manipulado que mostraba a Kiko en un contexto comprometedora, lo que llevó a la pareja a denunciar un ataque homófobo.
“No solo era un ataque a nuestra imagen, era un intento de intimidación”, afirmó Fran. A partir de ese momento, su lucha se transformó en una cruzada contra la injusticia y la discriminación.

La situación se tornó insostenible en noviembre cuando las autoridades locales intensificaron su vigilancia sobre el negocio.
“Sentimos que había una campaña coordinada en nuestra contra”, dijo Kiko, mientras recordaba las constantes inspecciones que parecían buscar cualquier irregularidad.
La culminación de este acoso llegó en diciembre, cuando el local fue precintado, cerrando no solo un espacio, sino también su futuro. “Era como si nos quitaran todo”, expresó Fran con tristeza.
Desesperado y sintiéndose impotente, Fran decidió iniciar una huelga de hambre. “Era mi única arma”, explicó. La noticia de su protesta se esparció rápidamente, generando un apoyo inesperado de la comunidad.
“La gente me traía mantas y comida”, relató, emocionado por la solidaridad que recibió. Sin embargo, este apoyo contrastaba con la frialdad de las autoridades. “Mientras los ciudadanos ofrecían calor, la administración se mantenía inamovible”, añadió Kiko.
Cuando Kiko se enteró de la situación de su esposo, canceló todos sus compromisos en Madrid y regresó a Melilla. “No podía dejar a Fran solo en esta batalla”, dijo. Su llegada marcó un punto de inflexión; no solo apoyó a Fran, sino que se unió a la huelga de hambre.
“Nos encadenamos a las puertas del local”, recordó Kiko, quien vio cómo su causa se convertía en un clamor nacional por justicia.

Sin embargo, la situación se tornó aún más grave. En una intervención telefónica en un programa de televisión, Kiko reveló que había recibido amenazas de muerte. “Me han dicho que me van a matar”, confesó entre sollozos, dejando a la audiencia en shock.
“No era el Kiko desafiante de siempre, era un hombre aterrorizado”, comentaron los presentes. Las amenazas eran específicas y brutales, mencionando incluso que un atacante de la frontera sería enviado para cumplir el crimen.
La gravedad de la situación se intensificó cuando Kiko acusó a un miembro del gobierno local de estar detrás de las amenazas.
“No se trataba solo de un pleito administrativo, era un ataque directo a nuestra vida”, afirmó con determinación. La denuncia no solo implicaba un riesgo personal, sino que también revelaba un posible entramado de corrupción en Melilla.
“Están usando su poder para intentar silenciarnos”, dijo Fran, añadiendo que su local se había convertido en un objetivo en un juego político más grande.
Kiko no se detuvo ahí. Afirmó que la presión sobre su negocio estaba relacionada con intereses económicos más amplios, sugiriendo que su local era un estorbo para proyectos de reordenamiento urbanístico en la zona portuaria.
“Nos quieren echar de allí porque hay grandes intereses en juego”, denunció.
La visibilidad de Kiko, en este contexto, se convirtió en una espada de doble filo: por un lado, lo convirtió en un blanco fácil, pero por otro, le otorgó la capacidad de exponer estas irregularidades ante una audiencia nacional.
La situación llegó a un punto crítico cuando Kiko anunció que presentaría una denuncia formal ante la Policía Nacional.
“Es un intento de garantizar que la investigación no esté influenciada por quienes nos están acosando”, explicó. La angustia y el miedo se palpaban en el ambiente, y la tensión aumentaba con cada día que pasaba.
La presentadora Carlota Corredera, amiga cercana de Kiko, no pudo contener las lágrimas al escuchar su relato en directo. “¡Idos de allí, por favor!”, suplicó, reflejando la preocupación de muchos por la seguridad de la pareja.
A pesar del apoyo popular y la atención mediática, Kiko y Fran continuaron su huelga de hambre, arriesgando su salud en una lucha desesperada por justicia. “No se trata solo de recuperar nuestra inversión, es una demanda de respeto y seguridad”, enfatizó Kiko.
La presión sobre el gobierno local era máxima, y la huelga de hambre se había convertido en un símbolo de resistencia contra el abuso de poder.
La historia de Kiko Hernández y Fran Antón es un testimonio del alto precio que a veces se paga por la verdad. Con más de 500,000 euros perdidos y amenazas de muerte sobre sus cabezas, su lucha se ha transformado en un clamor por la justicia y la transparencia en Melilla.
“Estamos luchando no solo por nosotros, sino por todos aquellos que se sienten impotentes frente al poder”, concluyó Fran, mientras la batalla por su sueño y su vida continúa.